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Por Astor Massetti, Guadalupe Gatti Bosoms y Fernando Luis de la Vega

Infografia: reformas universitarias en Argentina

infografia: reformas universitarias en Argentina

Fuente: elaboración propia. Ilustraciones: Laila D’Aleo (IG: @lailisol)

NOTA: el uso de un lenguaje que no discrimine, que no reproduzca estereotipos sexistas y que permita visibilizar todos los géneros es una preocupación de quienes trabajaron en este texto. Dado que no hay acuerdo sobre la manera de hacerlo en castellano, se consideraron aquí tres criterios a fines de hacer un uso más justo y preciso del lenguaje: 1) evitar expresiones discriminatorias; 2) visibilizar el género cuando la situación comunicativa y el mensaje lo requieran para una comprensión correcta y; 3) no visibilizarlo cuando no resulta necesario.

Pretextos y excusas

La “virtualización” implica pérdidas varias de oportunidades. Se advierten los duelos que estamos haciendo en todas las áreas de educación, en especial en la educación superior (la universidad). ¿Cómo no preguntarnos más detenidamente sobre un aspecto específico de ese duelo: qué aporta a lo popular la educación superior? Este número 8 además muestra las oportunidades ganadas en “virtualización”: en coproducción con la Universidad Nacional de Quilmes, demuestra cuanto y cuan extendidos los temas por pensar y las nuevas dinámicas colaborativas que son posibles.

Dada la intersección de tales elementos y que este número 8 de la revista Pueblo, además, se centra en paisaje pedagógico específico: la educación popular, resulta más que atractiva propuesta para pensar nuestras prácticas. Empezando por el principio: ¿Hay un énfasis que trastoca la “autoridad de la ciencia” (del saber) y que la transforma en “autoritarismo cientificista” derivado de cómo se distorsionan los contextos de producción durante la “virtualidad”? Sí, estamos en épocas oscuras de dolores y temores. Las dinámicas de conocer, aprender, aprehender, emancipar, pueden dislocarse, adoptar dinámicas regresivas, gestos ampulosos de nuevos conservadurismos. Aparecen, como en el escenario político mundial, nuevos discursos de falsos libertarios; que en realidad son los viejos anarcoliberales remozados. Pensamientos dicotómicos que en realidad no clasifican ni aclaran, sino que separan y obligan a pensar en “lo malo” y en “lo peor” sin dejar lugar a “lo necesario” y “lo deseable”. Por eso, reclamar la posibilidad de pensar una educación universitaria popular aparece como un gesto crítico.

Pero si la pandemia, como crisis cultural, epistémica, implicó cambios prácticos inocultables (la virtualización de la enseñanza), estamos frente a la oportunidad histórica de “suturar” las grietas del sistema de producción y reproducción conocimientos. Es de esperar quizás que nos responsabilicemos del abismo que implican las “disonancias cognitivas”, las “post-verdades”, la des-ideologízación de lo político y la ideologización de lo afectivo (incluido lo académico). Si esto fuese posible, entonces la pregunta urgente sería: ¿Cómo peregrinar hacia un nuevo modelo de intelectual acorde a las necesidades de la época? Y más importante aún: ¿cuán cerca está la universidad de producirlo? Este artículo propone centrarnos en una sola arista de esta pregunta: universidad y pueblo. Interpelando desde dos aspectos: Primero, e inmediatamente, preguntándonos cómo puede aportar el enfoque de educación popular en ese vínculo. Y luego punteando las formas que ese vínculo (universidad y pueblo) fue adquiriendo en el tiempo. Con suerte, ambos interrogantes nos permitan aportar al pensamiento del presente.

1.-Educación popular y universidad

La educación popular tuvo desde sus comienzos una finalidad muy clara: ser un disparador para un proceso de autodescubrimiento. Con un diagnóstico de base: las clases populares, privadas de temporalidades y herramientas cognitivas distintas, abrazan modelos de comprensión del mundo que contradicen sus derechos básicos o que obturan sus potenciales. El origen de la tragedia emancipadora es que el hambre adormece y el dolor entumece y no deja espacio para el encuentro, la construcción colectiva. Rebelarse, en consonancia ahora con Guevara de la Serna, es un acto de amor; y es más difícil que crezca el amor cuando cruje tan fuerte el estómago que no deja oír al vecino, al compañero. La educación popular es un amplificador. Permite que esas voces sean escuchadas y que surja la posibilidad de lo común, su anhelo superador, la rebeldía amante.

La universidad ha tenido adhesiones a estas ideas, que se adentran en el mundo intelectual decimonónico, y han trascendido las décadas que promediaron el siglo XX de manera apasionada. Sin embargo, las tradiciones universitarias siempre jugaron un rol conservador. Se dice que dos instituciones han permanecido en píe desde la edad media hasta la actualidad: el papado y la universidad. Y en gran parte no se explica esa vigencia por la vitalidad de sus ideas, sino por la capacidad de autopreservarse; de lograr sistemas sucesorios que superen las contradicciones con la historia y las condiciones de vida de los pueblos. Las universidades basaron su preservación en la sofisticación de las dinámicas institucionales de acceso, promoción y permanencia de sus miembros. Han habido grandes cismas en esas dinámicas; verdaderas revoluciones científicas que han sido incontenibles e imprescindibles resilencias en un largo continuo institucional.

Dicho esto, la pregunta que podemos plantearnos es: ¿cuán lejos está la universidad del paradigma de educación popular? ¿Cuán “alternativa” puede ser su función? Es decir: ¿cuán diferente (alter) y cuán situada (nativa) puede ser como institución? O si en tal caso, por su propia inercia, solo le resten episódicos destellos de lucidez; en los cuales, rutilantes personalidades dejan una marca en su época. Seamos un poco benevolentes. Estas, todas estas, reflexiones sobre la educación popular se publican en una revista universitaria, se generan a raíz del intercambio de dos materias de dos universidades. La universidad reflexiona la educación popular, la cobija y la destaca como una herramienta de cambio. No sé si alcanza esta aclaración para excomulgar el elitismo universitario. Pero es una paradoja (quizás feliz), que debe ser remarcada.

2.- ¿Universidad era la de antes?

Al hablar de educación popular, o como en este caso, de universidad popular, es necesario comenzar recuperando una línea histórica que nos oriente. ¿Qué lugar ocupó el conocimiento especializado, su relación con los pueblos y las posibilidades de acceso a los espacios de formación y aprendizaje? En el siglo XVII cuando se creó la Universidad de Córdoba, hasta la lectura y la escritura eran patrimonio de un minúsculo grupo humano; luego, la Universidad de Buenos Aires, fue funcional para la élite oligárquica en un Estado-Nación incipiente. Ambas, cumplieron la misión de formar cuadros técnicos-administrativos y políticos para la gestión colonial y la oligárquica. Y así fue durante cuatro siglos en el caso de Córdoba. Y así fue hasta que el mundo en el que habían sido creadas ya había desaparecido.

2.1.-Primera Reforma

La reforma de 1918 se presenta en clave de rebeldía en el clima de celebración del primer centenario. Potente lucha por la democratización (redistribución) de los espacios de conocimiento que impregnó todo el continente americano, anticipándose cincuenta años al “mayo europeo”. La participación académica institucional de les estudiantes, aspirantes a catedráticos, se transformó en la bandera reformista. La piedra angular del conflicto estuvo íntimamente ligada con la estructura hereditaria de los cargos docentes y autoridades de la universidad. El acceso a los espacios de legitimación y transmisión del conocimiento, amarrados en una lógica dinástica, fue insostenible ante el avance de una visión de universidad que proponía una perspectiva de “comunidad universitaria”, autónoma y cogobernada. La apertura de concursos, la libertad de cátedra, la extensión y la investigación por mencionar solo algunos ejes de la reforma, se convirtieron en los nuevos cimientos de una institución anteriormente reservada para otres.

A pesar de las importantes transformaciones producidas por la efervescencia reformista del 1918, hacia finales de la década de 1930 se había constituido, al calor de los complejos cambios políticos y económicos, una nueva élite universitaria. Ya no de reproducción colonialista y dinastía aristocrática, sino más bien de corte profesional-liberal. De repente, el anhelo del 18, se acomodaba en una nueva modorra. Aunque esta vez en “clave popular”; sobre un paradigma “inclusivo”, motorizado por un nuevo contrato social (que incorporaba en sus filas a las clases medias como actores ineludibles de un proyecto de nación).

2.2.- Segunda Reforma

Intencionalmente, algunes pretenden que la reforma del 1918 fue el único hito histórico en la educación superior. Pero sin lugar a dudas la gratuidad de la enseñanza universitaria promulgada durante el primer gobierno peronista (decreto 29.337 de 1949), abre efectivamente la universidad a la clase obrera. La educación superior como derecho universal implicó desde entonces el camino a una nueva cultura universitaria, que comenzó a problematizar la función social de la universidad. Al punto tal que, dado el control eclesiástico conservador (ya en ruptura con el peronismo) de las cabeceras universitarias, se crearon nuevas instituciones (la UTN en agosto de 1948, por ejemplo) para hacer efectivo ese nuevo rol de la universidad como complemento del proyecto nacional. Un nuevo sujeto social aborda el barco académico: el trabajador. Y sus aguas se mueven fuerte; porque las tensiones que se desprenden en la pérdida de privilegios y la ampliación de derechos producen altas olas y mareas incontrolables. Aquella icónica vinculación de los trabajadores con la universidad, que originó una nueva expectativa para nuestro pueblo, también obtuvo el rechazo y la resistencia de los sectores dominantes: que no ahorraron entonces (ni ahorran hoy) desprecios y ataques en pos del privilegio de lo simbólico. Esta dinámica autofagocitante en una sociedad, cual animal mítico, ¿despopulariza la universidad? ¿Permite la propagación en su interior de identidades elitistas que repelen lo popular? ¿Promueve, desde el exterior, al desaliento y la autonegación de derechos? Nos preguntamos, qué ocurriría si ponemos aquí y ahora, fuera de contexto, pero como provocación, la (enigmática) frase de Hugo Chávez Frías: “somos un pueblo pobre, pero no queremos dejar de serlo”. Y la reformuláramos de esta manera: “No queremos ser Harvard ni Oxford, queremos ser otra cosa”.

2.3.-Tercera Reforma

Una tercera reforma es de alguna manera la ampliación del modelo anterior, pero va tanto más allá que corresponde darle su propia entidad. Dividámosla en dos momentos. Ambos nos han traído hasta aquí, a esta universidad, a esta nota, a esta reflexión.

El primer momento inicia globalmente con el final de la segunda guerra mundial y la emergencia de un proyecto (el desarrollismo) que apuesta a la reforma integral administrativa de los estados nación. Para lo cual ve en las ciencias duras (con un papel preponderante en durante la segunda guerra) un aliado natural, por supuesto. Pero también en las ciencias sociales, que tendrían la responsabilidad de formar los cuadros técnicos y políticos para la “gobernanza” de las siguientes décadas. Creación de nuevas instituciones internacionales, nuevas universidades y nuevas carreras fueron una característica que se extendió desde mediados de los años 1950 hasta finales de los 1960. El tope de este momento inicial tiene que ver con aquel en que se articula la efervescencia revolucionaria de los años 1960/70 en los claustros universitarios; donde la relación funcional universidad modelo de desarrollo de postguerra empieza a eclosionar. Los espacios de conocimiento que el desarrollismo ostentaba centrales (en su opción al peronismo sobre todo en nuestro país), se convierten en espacios de las luchas populares. Es la época del Cordobazo, del mayo francés, de los “bastones largos” (la intervención militar de las universidades). Es la época en que Bourdieu y Passeron (1964) se preguntaban: “¿hay que sacar la conclusión de que el medio estudiantil es un medio burgués?”. En síntesis: punto de inflexión de cambios discursivos, modelos y creación de nuevas carreras que generaron una crisis del modelo universitario al tiempo que iniciaron una nueva atención de la sociedad; generando un crecimiento exponencial en la matrícula universitaria desde los años 1960 hasta nuestros días. La vuelta de la democracia intentó darle viejos bríos a la institución diezmada, desaparecida, asesinada; pero las crisis políticas consumieron su optimismo inicial. La década del 1990 dio inicio a un nuevo modelo de expansión universitaria relacionado con el desarrollo local; pero su impulso fue frenado por los intentos de arancelamiento y restricción de la universidad pública y un corrimiento general de las clases acomodadas hacia perfiles de universidad privada.

El segundo momento es el que nos convoca de manera más íntima a esta discusión sobre “lo popular”. Es el que está asociado con la creación de 16 nuevas universidades entre los años 2007 y 2015; la mitad de ellas en el conurbano bonaerense. La manera más clara y sintética de identificar esta nueva transformación, nos la proporciona la politóloga Laura Rovelli (2016):

A principios del siglo XXI, la agenda de la educación superior cuestiona muchos de los efectos de las políticas de corte neoliberal de la década anterior en la región. La recuperación de ideas-fuerzas estratégicas e integrales en materia educativa se plasma en diversos Planes Nacionales de Educación (…) se suma la ampliación de derechos de ‘nueva generación’, como la diversidad cultural en toda su extensión y en distintos contextos sociales”.

2.4.- Cuarta Reforma

La reforma universitaria de 1918 nació como un proceso de rebeldía y utopía. Fue un punto de inflexión en la historia y sentó las bases de la universidad pública y gratuita. Sin embargo, lo referente a la participación de las mujeres en el ámbito universitario argentino de aquella “gesta” deja dudas al respecto: ¿qué lugar ocupaban las mujeres en ese entonces en la universidad y en la vida política? Un indicador es que no se refleja la participación de las mujeres en las fotos de esos días. Se deja entrever un gran abanico de amplias desigualdades. Que se sintetiza en la imposición de una idealización “normalizada” de un género sobre otro: una “cuestión pública”, una problemática social (la reforma universitaria) que estuvo eclipsada por parámetros del esquema patriarcal obliterando la posibilidad de la visibilidad y transformación de los roles de género.

Si nos retrotraemos a 1918 las mujeres ya llevaban tres décadas en la Universidad, pero debían demostrar capacidades intelectuales extraordinarias para poder ingresar. No podían estudiar cualquier carrera: (farmacéutica, parteras y medicina). Las generaciones de mujeres que van accediendo provienen por supuesto de las clases sociales acomodadas. Queda claro que el acceso a la universidad no estaba en el horizonte de “lo femenino”: no se las pensaba dentro de una institución educativa, ni tampoco debatiendo las problemáticas individuales de su(s) territorio(s) en particular; sino que se las pensaba en el área de cuidado, reproducción, crianza, ordenanza, etc. Las prácticas y discursos sociales (que continúan vigentes) posicionando al género femenino como un ente inferior, incapaz, susceptible no se conmocionaron con LOS revolucionarios del 1918.

En 102 años, con los avances que hemos tenido como sociedad y en conjunto, con la reforma de 1949 (voto femenino mediante), no se puede seguir mirando a la “reforma como un acontecimiento sólo de traje y corbata”. Claramente las universitarias reformistas: sí existieron, sí fueron necesarias; y encaminaron este presente. Son la voz y el reflejo que dio pie a nuevas formas de pensar la universidad. Y la clave para visualizar su impacto es comprender los cambios institucionales en las universidades, que garantizan y protegen a las nuevas generaciones.

Un camino que se destaca por estar en continua transformación. Por ejemplo, actualmente un hecho de gran relevancia a nivel Nacional es la adhesión de las universidades a la “Ley Micaela”, que implica la formación y capacitación en perspectiva de género para todos los trabajadores de la gestión pública, sin importar jerarquía, ni forma de contratación, ni el ámbito en el que desempeñe sus funciones.

Por otro parte, nuestra universidad dispone del “Protocolo de actuación ante situaciones de violencia de género y/o discriminación por razones de género en la Universidad Nacional Arturo Jauretche” y el “Espacio de género y diversidad Mónica Garnica Luján” (iniciativa fue del Centro de Estudiantes, después del femicidio de Mónica Garnica). Además la carrera de trabajo social (y otras por supuesto también) cuenta con una perspectiva de género que resulta de suma relevancia ya que incorpora la perspectiva de género en el currículo, así como en planes y programas de estudio: creando materias específicas como “Teoría de la Intervención IV (Problemáticas de Género)” y la materia “Género, Derechos y Políticas Públicas”. Las acciones y políticas anteriormente nombradas distinguen un compromiso que permiten visualizar los distintos fenómenos de la realidad actual; tomando en cuenta la educación sin sesgo de género y el principio de igualdad. El camino para incorporar los estudios de género en los programas universitarios ha sido largo, en la actualidad aún no se ha logrado implementar de manera formal y definitiva en todos los planes de estudio, dejando ver que hay mucho todavía por hacer. Las políticas para mejorar la equidad de género en las universidades reflejan y coinciden con las luchas contra la desigualdad, lo que permite trabajar en conjunto en intervenciones que modifiquen ampliamente el imaginario. De esta manera, resulta indispensable reconocer que estas políticas y programas pueden generar y consolidar un espacio libre de violencias.

La Reforma Universitaria impulsó a que tuviéramos más libertad, justicia, democracia en las universidades y a que quienes pasamos por ella tengamos asimismo la oportunidad de elevar nuestra conciencia social y de comprometernos en consecuencia con la sociedad que nos rodea. Daniela Losiggio, docente de nuestra carrera y conductora del Grupo de estudios de Género (GES), explica cómo la reforma universitaria propuso revertir las estructuras tradicionales que se anteponen a las reivindicaciones feministas. Claramente la reforma dirigió la tarea de reconversión de la Universidad como una herramienta al servicio del interés nacional y la modificación de esas estructuras tradicionales. Las cosas han ido cambiando desde 1918, pero todavía queda mucho camino por recorrer. La agenda de género en los ámbitos universitarios, así como en muchos otros, todavía tiene enormes pendientes como “la paridad, la conformación y el acceso a los lugares de poder”, tal como menciona Laura Martín, así como la legalización del aborto y la lucha contra la violencia de género.

Palabras al fin

¿Puede hallarse “lo popular” en instituciones creadas para la distinción y diferenciación; y ponerse al servicio de lo antipopular?

Nuestra universidad, al igual que muchas de las llamadas “Universidades del conurbano”, afronta un desafío histórico desarmando (viejas) subjetividades que apuntalan la idea del conocimiento como patrimonio de una élite (masculina), que de vez en cuando “baja al territorio” a compartir su saber, casi desde la lógica de la beneficencia. Tampoco sirve abrazar acríticamente la idea que la universidad es un trampolín de ascenso social, porque se corre el peligro de volver estéril cualquier otra transformación que no sea la del beneficiario y sus propios intereses; no en vano el neoliberalismo vino a reinstalar un discurso individualista junto con el refrito de las capacidades innatas de la teoría evolutiva. Se está llevando a cabo una tarea titánica desde una perspectiva inclusiva y popular más allá que no hay antídotos que impidan el “mestizaje” y las diatribas ideológico-científicas.

La mera presencia física de la Universidad ha transformado notablemente el territorio. Solo por mencionar algunas formas: se han desarrollado planes de alfabetización, programas, pasantías y prácticas pre profesionales en empresas e instituciones públicas y privadas para todas las carreras. Las actividades culturales dentro de la universidad han convocado a numerosos miembros de la comunidad, artistas locales y de renombre internacional, así como de actores políticos e intelectuales de gran relevancia. Un ejemplo de lo arraigada que está la universidad en su territorio fue la inmensa muestra de solidaridad frente al avasallamiento del gobierno de Cambiemos, que se cristalizó en el “abrazo” del 13 de agosto del 2018; cuando toda la comunidad se convirtió en el escudo protector de los ataques impiadosos del neoliberalismo macrista.

En nuestra universidad lo cotidiano se nota envuelto en una doctrina comunitaria: desde el artículo cuarto del estatuto de la UNAJ, hasta lo que se transmite en las aulas o se percibe en el campus, las líneas divisorias (ancladas por los tradicionalismos universitarios) parecen desprenderse y dar lugar a la posibilidad “de”. Pero los procesos de decoloniaje son extensos. Y la búsqueda emancipatoria va más allá de la burbuja institucional y sus repetidas formas seculares (a veces reducidas a un mero “el presente trabajo pretende…”).

Bueno, ¿Qué es eso de “lo popular” en definitiva? Uno de los elementos que visibiliza el componente popular de la universidad no es el acceso o permanencia de individuos en trayectorias de vida vulnerables. Es sobre todo la finalización del trayecto lo que condensa la popularidad del proyecto educativo. Es decir, se puede ser popular por quienes se inscriben, pero se es efectivamente popular por quienes se reciben. Y cómo esa trayectoria de matrículas se transforma en ejercicios profesionales transformadores. Es el propio perfil de profesional ejercido el que construye, en retrospectiva, una universidad popular.

¿Es posible un perfil profesional genérico e ideológico al mismo tiempo? Sabemos lo que no resulta. No resultan los intelectuales capaces de repetir extensas y puntillosas bibliografías. Tampoco aquellos que adquieren los amaneramientos de las élites y que acceden a recursos y privilegios de dudosa meritocracia cuantificada. Por el contrario, nos imaginamos un tipo de profesional que emana del territorio y se compromete con la solución de los problemas del territorio. La “calidad”, entonces, es medida no por pruebas ni estándares de universidades del hemisferio norte, sino por la capacidad de reformar las miradas de lo que debe hacer un profesional: no se trata de la mera salvación personal, el ascenso social; sino la posibilidad de ser parte de la transformación social situada. Lo popular de la formación universitaria necesita un concepto de lo popular como una praxis que proyecte ethos y pathos más allá de los espacios autorreferenciales típicos (de una institución acostumbrada y bien preparada para reproducirse a sí misma, pero que entra en crisis cuando debe comprometerse con los momentos en los que la población más sufre los embates de modelos de acumulación económica regresivos). Lo popular de la universidad es una concepción de devolución del sacrificio histórico de las generaciones que lucharon para reformar, sostener y acudir en búsqueda de respuestas a una institución centenaria. Honrar esas generaciones, consolidar el proyecto popular, significa una universidad que sea más accesible, justa, diversa y comprometida con las necesidades de su época.


Bibliografía

  • Belén, R., Laila, M. (1918). “A cien años de la Reforma Universitaria de 1918. Desafíos, balances y perspectivas a uno y otro lado del atlántico” MINISTERIO DE JUSTICIA Y DERECHOS HUMANOS DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA.
  • Bourdieu, Pierre; PASSERON, Jean-Claude. (2003 [1964]). “Los Herederos. Los Estudiantes y la Cultura”. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Castañeda Naranjo, L. A. y Palacios Neri, J. (2015). Nanotecnología: fuente de nuevos paradigmas. En: Mundo Nano. Revista Interdisciplinaria en Nanociencias y Nanotecnología, Año 7 Número 12, pp 45–49.
  • El rol de la mujer en la Reforma Universitaria (2018). Ministerio de Cultura Argentina. https://www.cultura.gob.ar/no-salieron-en-las-fotos-pero-ahi-estaban-el-rol-de-la-mujer-en-la-reforma-universitaria_6307/
  • Rovelli, Laura. (2016), “Las universidades nacionales en el conurbano bonaerense» En: Revista digital “Épocas”, N°7, Buenos Aires, Argentina

Universidad Nacional Arturo Jauretche
Calchaquí 6200 (1888), Florencio Varela, Pcia. de Buenos Aires, Argentina
Tel: +54 11 4275-6100 | www.unaj.edu.ar

ISSN 2545-7128

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