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Por Magalí Ledesma. Estudiante de la Licenciatura en Trabajo Social (UNAJ). Militante de la agrupación “30 de marzo”.

Deconstruyendo la desigualdad en los hogares

«El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente»
Simone de Beauvoir.

La desigualdad a formado parte de los ejes centrales de discusión en diversos ámbitos, tales como políticos, religiosos, económicos, de género, entre otros.

Podría decirse que desde el comienzo de la humanidad estas diferencias son notorias y pueden expresarse, por ejemplo, de la siguiente manera: ricos o pobres, hombres o mujeres, libre o esclavo, blanco o negro, homosexual o heterosexual, público o privado. Este binarismo se produce a partir de la necesidad de ordenar a los actores sociales de un lado o del otro, pero que al final lo único que termina denotando, son las diferencias económicas, sociales, de género, etc., en las que está inmerso el mundo.

Con el paso del tiempo estas caracterizaciones han ido tomando más fuerza, se naturalizaron y ordenaron jerárquicamente, de esta manera en el mundo occidental los hombres son considerados superiores a las mujeres en varias cuestiones: acceso a derechos, libertades entre uno y otro, económico, entre otros.

Esta naturalización y jerarquización de género, se denomina Androcentrismo y hace referencia a las distintas practicas consientes o no, en la que se le otorga al hombre la posición central del mundo.

En nuestra sociedad, el hombre además de ser considerado un ser universal, es considerado como un ser superior, fuerte y capaz. Estas designaciones son establecidas por el Patriarcado, un sistema cultural construido y consolidado por las personas desde hace décadas que establece y profundiza un orden jerárquico en las personas según su género, lo que además transforma la diversidad en desigualdad.

En nuestro país tenemos un patriarcado de consentimiento y se da en lugares donde legalmente las mujeres y hombres son seres iguales, pero en la practica la realidad es otra, se siguen perpetuando relaciones de poder desiguales. Podemos mencionar que, a lo largo de la década ganada, en materia de derechos, se han conquistado varios de ellos que permiten garantizar la igualdad, pero aún en el ejercicio cotidiano nos falta ir deconstruyendo con este sistema cultural que tan mal nos hace.

El patriarcado sostenido con las prácticas machistas, estereotipa a las personas dado que consideran que la sociedad espera que estas sean y se comporten de una manera o otra. Las conductas esperadas siguen profundizando la desigualdad, dado que se espera que el hombre sea inteligente, varonil, individualista, razonable; en tanto las mujeres debemos ser y cumplir con lo contrario a todo lo anterior, ser sensible, compasiva, prolija, tierna.

Es aquí donde podemos visualizar de una manera clara, como las mujeres desde muy pequeñas, en nuestros hogares, ámbito educativo, y/o medios de comunicación, constantemente obtenemos una bajada de línea concreta sobre cómo debemos ser y hacer, como debemos cuidarnos y hasta como cuidar a alguien más.

Me voy a centrar a lo que hice mención anteriormente, “como debemos cuidarnos, y hasta CÓMO cuidar a alguien más”.

Lo cierto de esto es que las mujeres somos las que, en nuestro hogar, llevamos adelante una economía de cuidado.

Economía de cuidado

La economista feminista Rodríguez Enríquez lo define de una manera simple, clara y fácil de entender que nos permite darnos cuenta de los distintos trabajos diarios que las mujeres realizamos en nuestros hogares. “Todas las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven. Incluye al autocuidado, el cuidado directo de las personas (la actividad interpersonal de cuidado), la provisión de las precondiciones en que se realiza el cuidado (la limpieza de la casa, la compra y preparación de alimentos) y la gestión del cuidado (coordinación de horarios, traslados a centros educativos y a otras instituciones, supervisión del trabajo de cuidadoras remuneradas, entre otros). El cuidado permite atender las necesidades de las personas dependientes, por su edad o por sus condiciones/capacidades (niños y niñas, personas mayores, enfermas o con algunas discapacidades) y también de las que podrían auto proveerse dicho cuidado” (Rodríguez Enríquez, 2015:36).

Hace algunos años, se empezó a analizar el rol de las mujeres dentro de la economía y su estudio conllevó a que se estableciera la “ECONOMIA FEMINISTA”, que tiene como finalidad señalar el rol del trabajo doméstico no remunerado en el sistema capitalista en el que estamos inmersos y la gran explotación que sufrimos las mujeres diariamente al estar cumpliendo con más de una tarea de cuidado a la vez. Tal es así que los bienes y servicios que consumimos del mercado son transformados a partir del trabajo no remunerado en nuestros hogares, que garantiza de esa manera la fuerza laboral en distintos ámbitos.

La tarea de cuidado es siempre llevada adelante por una mujer, la división de tareas es siempre desigual. Por ejemplo, mientras las mujeres levantan la mesa y lavan los platos, los hombres hacen sobremesa. Mientras que a nosotras nos enseñan desde pequeñas a tener nuestra habitación ordenada y limpia, a los varones no se le exige que cumplan con dicha tarea, dado que se naturaliza que el hombre por el solo hecho de ser hombre es desordenado. Si analizáramos a las personas que nos rodean y sus prácticas, y la cotidianidad de nuestras vidas, nos daríamos cuenta que además de estos dos ejemplos, podríamos enumerar infinidad de otros que no harían más que demostrar la desigualdad en materia de cuidado que tenemos hombres y mujeres.

Esta asimetría marca por que la participación en el mercado laboral de las mujeres sea mucho más inferior que el de los varones. Las tareas de cuidado y trabajo no remunerado aún siguen quedando l margen de los grandes debates económicos, tratando de esta manera de desvalorizar su productividad y negando su aporte al sistema económico.

Para poder empezar a deconstruir esta gran desigualdad, es necesaria la implementación de políticas públicas que permitan la apertura de: Sistemas de cuidados gratuitos, tales como geriátricos, Jardines Materno-Paternal en lugares de trabajo y académicos, y la extensión de licencia laboral para hombres y mujeres de manera igualitaria.

Asimismo, es sumamente necesario que, como sociedad, vayamos deconstruyendo entre todos y todas estas prácticas culturales que conllevan a la desigual asignación y elaboración de tareas, pudiendo visibilizarlas y abordarlas para una mejor redistribución en las que participen la mayoría de los sujetos del hogar.

No son solo tareas de mujeres, ni son muestras de amor. “Eso que llaman amor, es trabajo no pago”.

Universidad Nacional Arturo Jauretche
Calchaquí 6200 (1888), Florencio Varela, Pcia. de Buenos Aires, Argentina
Tel: +54 11 4275-6100 | www.unaj.edu.ar

ISSN 2545-7128

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