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Por Gabriela Saslavsky. Pedagoga, miembro del Colectivo Andares y Pensares

Llueve sobre mojado

“La vida es el arte del encuentro”

Vinicius de Moraes

Estamos viviendo tiempos urgentes, tiempos difíciles, tiempos raros. Tiempos donde lo que era habitual hoy parece lejano, extraño.

Y tiempos donde los problemas cotidianos se profundizan y se muestran con mayor crudeza. Podemos nombrar muchos, pero vamos a centrarnos en educación. Por ejemplo, estudiantes de todos los niveles tienen problemas para acceder a la tecnología, numerosas familias no pueden estar presentes acompañando a los niños, niñas y adolescentes, escuelas y docentes que no establecen un buen vínculo con la comunidad y la familia. También problemas de infraestructura: escuelas con falta de agua, con paredes con humedad y baños lamentables, con patios destruidos y aulas en mal estado. Estos problemas y muchos más son conocidos dentro del sistema educativo, algunos pueden pensarse como coyunturales, pero en realidad ponen en evidencia el carácter estructural de la crisis crónica del sistema público de enseñanza. La pandemia los dejó al descubierto porque se presentó como una lupa que aumentó y profundizó todas esas dificultades.

Pero, a pesar de esos problemas y ante la imposibilidad de sostener la asistencia a las escuelas, el sistema educativo optó por ofrecer estrategias de educación a distancia para posibilitar el mantenimiento de lo que se denominó la “continuidad pedagógica”. Para ello, entre otras acciones, se desarrollaron programas de televisión, programas de radio, se imprimieron y distribuyeron cuadernillos con actividades escolares, se habilitaron plataformas para el trabajo virtual.

Quizás una escuela privada de clase media, no tuvo inconvenientes en organizar sus clases de manera virtual, pero una escuela de un sector popular tuvo que poner en juego mayor cantidad de alternativas para lograrlo. Más allá de estas diferencias, lo que es cierto es que las instituciones salieron en forma urgente a dar una respuesta, a sostener el proceso educativo más allá de las particularidades y dificultades. Muchas y muchos docentes inventan maneras para sostener el vínculo educativo más allá de los reales inconvenientes porque nadie dudó ni un minuto de la importancia de garantizar la educación de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos.

Pero, más allá de las posibilidades y diferencias de los sectores sociales y de las actitudes y estrategias que desplegamos los docentes ante esta realidad, encontramos aspectos que hace tiempo interpelan al sistema educativo y que, para no ser menos, la pandemia aumentó su visibilidad. Entre otros, replantearnos qué, para qué y cómo enseñamos; cuestionarnos si es posible o no reducir las desigualdades a través de la escuela; preguntarnos acerca de cómo garantizar el derecho social a la educación; analizar el papel de la tecnología en la enseñanza.

Ahora bien, si estas cuestiones estaban presentes antes, la pandemia no hizo más que requerir en algunos casos respuestas urgentes. Por ejemplo, si estábamos preocupados por debatir y definir qué, para qué y cómo enseñábamos en tiempos “normales”, hoy esta preocupación es mucho mayor. Es urgente encontrar acuerdos acerca de qué es lo importante ahora; qué necesitan de la educación los niños, las niñas y adolescentes; cómo garantizamos su derecho a la educación que es algo más que cumplir virtualmente -quienes puedan hacerlo- con las tareas disciplinares; cómo podemos colaborar con su bienestar; cómo podemos acompañar, cuidar, sostener; qué estamos en condiciones de enseñar a través de los medios virtuales,; qué es lo que los chicos y las chicas pueden aprender en estas condiciones: qué significa hoy formar un ciudadano crítico en este contexto. En este sentido, también es importante señalar que no podemos hacer como si nada pasara, necesitamos replantearnos con urgencia qué es lo verdaderamente relevante y, por supuesto, cómo nuestras áreas de conocimiento sirven para pensar y analizar críticamente lo que estamos viviendo.

La realidad nos obliga a priorizar, y priorizar implica, en este contexto, definir, entre otras cuestiones, qué contenidos son los fundamentales, cuáles tenemos que desarrollar hoy y cuáles pueden quedar para más adelante. También implica preguntarnos cuáles son las prioridades de los alumnos y las alumnas y sus familias en estos momentos. Afrontar las prioridades de una situación de emergencia como ésta, además significa tomar conciencia y decidir qué estamos dispuestos a renunciar o dejar para más adelante.

Pero estas decisiones no se pueden tomar en solitario, por eso hoy, más que nunca, la tarea docente se presenta como una tarea colectiva. No podemos plantear que cada docente haga lo que pueda, es necesario acordar, debatir, llegar a criterios comunes, desarrollar acciones colaborativas. Parece un contrasentido, decir “encontrar acuerdos”, hoy que no podemos justamente encontrarnos, lo podemos hacer a través de las redes, wasap, correos, etc. Porque si no lo hacemos seguiremos trabajando en un como sí, en el aislamiento que nos impone la tecnología más allá de la cuarentena, en la creencia que la mejor forma de trabajo es “cada maestro con su librito”. Y sabemos que no es así, porque cada estudiante es único y su paso por la escuela le tiene que ofrecer variedad de experiencias y posibilidades, le tiene que ofrecer herramientas para comprender su realidad, herramientas que tienen que ser construidas con la asistencia de los docentes.

Afirmar que seguir al pie de la letra un diseño curricular, o una guía de contenidos a desarrollar como si estuviéramos en la presencialidad nos parece una respuesta errada. Hoy la realidad nos muestra que hacer escuelas o hacer aulas no es solicitar que los y las estudiantes realicen las mismas tareas, pero en forma virtual, tampoco es tratar de sostener virtualmente y desde el encierro la continuidad de un sistema que fue pensado fundamentalmente para la presencialidad.

Porque pensamos que hoy y siempre hacer escuelas es un trabajo colectivo, con el otro y para el otro; tanto en el aula como en la institución, tanto con los estudiantes como con los docentes. Si queremos seguir haciendo escuelas no podemos centrarnos en actividades individuales en las que no podemos compartir conocimientos y valores. Porque para hacer escuelas es necesario reconocer que lo que aporto a los demás es tan importante como lo que ellos me aportan, donde aprendemos, simultáneamente, a decir «yo» y a hacer «nosotros». Entonces, para que volvamos a recuperar nuestro tejido social y profesional, como educadores y trabajadores de la enseñanza, no simplemente como reproductores del currículo, sino como sus transformadores, necesitamos crear una propuesta curricular ahora para la emergencia en donde se priorice más allá de los contenidos clásicos, una vuelta a la experiencia de nosotros mismos y nuestros estudiantes, como sujetos con autonomía y crítica.

Por eso, quizás sea necesario, que paremos un ratito la rueda y busquemos en forma colectiva respuestas a estas cuestiones. Porque además tenemos que pensar, que, cuando volvamos a las escuelas, tendremos que implementar estrategias para compensar a los y las estudiantes que no pudieron seguir las propuestas virtuales. Porque es innegable que este camino que sirve hoy para mantener la presencia de lo escolar, ha profundizado los problemas del sistema educativo porque no es una estrategia igualadora, ni logra los mismos resultados en los distintos sectores sociales, y más teniendo en cuenta la poca importancia que se dio a estas cuestiones en los últimos cuatro años. Por tanto, podemos decir que tenemos que desarrollar la educación a distancia o virtual, pero sin olvidar que aumenta las desigualdades, porque depende de las condiciones materiales, sociales, culturales de las familias y de la institución escolar, pero, como ya dijimos, la pandemia no ofreció otra posibilidad para mantener el contacto con los estudiantes y sostener de alguna manera la continuidad pedagógica.

Por eso es importante estar atentos porque los discursos que elogian la virtualidad y hacen un listado de sus virtudes están al acecho. Muchas empresas saben que la educación es un buen negocio: población cautiva que obligatoriamente tiene que acudir al sistema educativo, “por qué no hacerlo a través de plataformas y medios tecnológicos, planteando que ahí está el futuro”. Esto no implica, dejar de lado la discusión en torno a la incorporación de la tecnología en la escuela como parte de los cambios en la cultura y a su vez como soporte didáctico, pero sólo abordada desde una perspectiva crítica que pueda aportar al mejoramiento de las prácticas educativas, y no pensada como única estrategia.

Es imposible terminar este artículo sin mencionar algo fundamental que dejó al descubierto la pandemia. Aunque encontremos paliativos y mejoremos las propuestas virtuales es cierto que esta situación visualizó la importancia del encuentro, la importancia del vínculo, la importancia del maestro (hablamos en forma genérica de maestros/as, profesores/profesoras). Porque es indudable que la educación no se produce sin las miradas, las risas, los enojos y hasta los retos escolares, necesitamos al maestro que nos oriente, nos contenga, nos explique. Lo que verdaderamente da sentido a la enseñanza es el contacto con los estudiantes en el aula.

Si algo se perdió con esta pandemia es el problema por la legitimidad, hoy ya nadie piensa que una máquina o la tecnología va a reemplazar lo que nos hace realmente humanos. El mañana no es algo pre dado, es un desafío, un “por-venir” que tendremos que construir, pero estamos seguros que sin el maestro y la escuela presencial no será posible.

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