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Por Marcelo Kowalsuk, Secretaría de Salud, Florencio Varela

Nuevos tiempos

Estamos viviendo tiempos difíciles, hasta hace un mes nuestras preocupaciones y prioridades eran otras, con solo ver los sondeos de opinión publica el ranking de los temas de interés de la sociedad eran la inflación, la pobreza, el hambre, el empleo y el poder adquisitivo del salario, en todos ellos la salud pública estaba bien abajo en las prioridades de nuestros compatriotas. No es que los problemas y la preocupación por la “economía” hayan desaparecido, pero lo cierto es que la aparición de la pandemia del Coronavirus puso a la salud pública en el centro de la agenda pública, en los lugares de trabajo, en los medios de comunicación, en las familias, en las filas del supermercado o la farmacia, es un tema infaltable de conversación y ocupación. Como decía un amigo, de los bomberos y los profesionales de la salud nos acordamos cuando se nos incendia la casa o cuando nos enfermamos.

Junto a la “reaparición” de la salud pública, irrumpe también en el centro de la escena otro personaje denostado durante décadas: el estado. La prédica anti estatal y anti política, teorizada hace décadas entre otros por Friedrich Hayek y Milton Friedman, había envenenado el alma y las consciencias (y lo sigue haciendo) de ciertos sectores medios y parte de los sectores populares en Argentina y América latina. El sentido común neoliberal de que uno se puede salvar solamente con su propio esfuerzo, con el mérito individual sin importar lo que le pase al resto de sus con-ciudadanos y al país, entra en crisis en el orden práctico- cotidiano cuando necesitamos que el hospital público nos atienda, cuando quedamos varados en el exterior porque la aerolínea privada nos dejó tirados y necesitamos que Aerolíneas estatal nos traiga de vuelta a casa o cuando necesitamos un subsidio del estado por el parate económico que trae aparejado la cuarentena. Igual que con los bomberos y con el médico, en las crisis nos damos cuenta que empezamos a necesitar a aquel que tanto denostábamos y quizás pueda empezar a cobrar fuerza (tal vez a fuerza de necesidad) la idea de construir una “casa común”, una sociedad más justa e igualitaria, donde estemos todos albergados con un piso básico de derechos y que la salvación individual era solo una ilusión.

En estos años, el neoliberalismo también infestó las instituciones del estado y ha colonizado las mentes de algunos de sus agentes, el vaciamiento de las instituciones no fue solo material (en insumos, equipamiento, infraestructura y dotación de recursos humanos) también aconteció un vaciamiento simbólico, de sentido, construyéndose una nueva subjetividad mercantil, más ligada al rol del consumidor que al del ciudadano con derechos pero también con obligaciones y deberes hacia el conjunto social.

Esta pandemia, que nos trae miedos, padecimiento e incertidumbre, es también una oportunidad para avanzar en la construcción de una nueva consciencia, basada en los derechos humanos, la justicia social y la primacía del interés público por sobre los intereses del mercado.

Es momento de poner lo mejor de nosotros mismos, de reflexionar personal y colectivamente sobre nuestras prácticas y la direccionalidad de las mismas, de trabajar para saldar las contradicciones que todos tenemos entre de lo que pensamos, sentimos y hacemos. De esta manera estaremos aportando desde nuestro lugar para los nuevos tiempos que seguramente vendrán, porque después de esto probablemente nada será igual que antes.

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