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Por Julián Dércoli, docente de la Carrera de Trabajo Social (UNAJ)

Coronavirus y después

I-

Dicen que el mundo no va a ser el mismo después de esto, intuyo que no habrá que esperar a ese después, me parece que ya no es el mismo ahora, no sé, me lo dice el silencio de la calle y todo el espectro de sonidos nuevos que ahora aparecen ¿Dónde estaban? Sería nuestra cotidianeidad la que los tapaba, esa que hoy intentamos recuperar desesperada y tecnológicamente. Estos dramas nos tocan a los que tenemos la fortuna de poder habitar un espacio cómodo, estamos así cómodos obviamente afectados pero cómodos, a sabiendas de que millones de compatriotas no gozan de esta comodidad. Y no se trata aquí de reflexionar desde la culpa, sino de advertir que en muchos análisis que hemos leído sobre la actual etapa y que hacían énfasis en el potencial autoritario del Estado y las virtudes de las libertades individuales, no advirtieron esa desigualdad como una clave interpretativa de esta realidad, como si la pandemia nos hubiese universalizado y ataca a todos por igual. Pero más allá de que esta enfermedad no distinga y ataque por igual a la humanidad toda, lo cierto es que esta aún se encuentra dividida en países imperialistas y países dependientes, ricos y pobres, centro y periferia. Algunos seres humanos son para este sistema descartables, sometidos al infra consumo, mientras que desde el Centro piensan que esta pandemia es una buena oportunidad para reflexionar sobre la relación de nuestras sociedades con el consumo. Desde el Centro algunos advierten sobre los peligros que significa que el Estado tome mayores medidas de control, entre ellas de circulación de personas, mientras que desde aquí si no existiera ese Estado: quién sería el que garantizaría el abastecimiento de alimentos, las políticas de transferencia de ingresos, los subsidios a empresas para pago de sueldos, el funcionamiento del sistema de salud. Algunos intelectuales de los centros de poder, se preocupan por la humanidad, pero no advierten que su punto de vista no la incluye a toda. En definitiva, por más que lo anhelen su punto de vista no es el universal. Sobre todo cuando hablan negativamente del Estado, no dan cuenta tal vez de que existan otras historias; o acaso en una Argentina con un Estado mínimo o sin Estado, como sueñan algunos liberales y otros libertarios, la desigualdad sería menos acuciante. Entonces, a diferencia de quienes escriben desde otras latitudes, es menester aclarar, que desde acá, me parece que el riesgo no está en el Estado, sino en la falta de él.

II.

¿Y si el mundo después de la pandemia no es tan distinto al que habitamos antes de ella? Tal vez, más que un mundo que haya cambiado radicalmente estemos ante uno en donde se agudizaron tendencias que ya se prefiguraban en nuestra sociedad de antes de la pandemia. Individualismo, cultura del descarte, mayor desigualdad, conflictos de los Estados nacionales con empresas multinacionales, conflictos entre potencias por el control de mercados y recursos. Tenemos una costumbre de pensar el tiempo en forma de cortes abruptos, como si los nuevos tiempos no tuvieran nada que ver con los anteriores, esta parece ser una concepción extendida en diversas esferas, por ejemplo, en los mensajes de los medios masivos de comunicación y su agenda frenética: un día los argentinos somos los más solidarios del mundo, al otro los más egoístas, capaces de poner en riesgo a todo el mundo por nuestra viveza criolla. Este mensaje no es naif puede leerse en el marco de la histórica menospreciación que la cultura dominante promueve sobre nosotros mismos como mecanismo de dominación. Mediante este interiorizamos un discurso de inferioridad que explicaría y justificaría una supuesta decadencia permanente de la Argentina. Pero menos naif y más revelador de la operatoria de los poderosos, fue la manera en que esos mismos medios abordaron la figura del Presidente Alberto Fernández. Durante las dos primeras semanas de las medias de aislamiento, él fue destinatario de los mayores elogios y portador de las mejores virtudes: racionalidad, templanza, serenidad. Todas las características que ellos mismos dicen que le faltan al “kirchnerismo puro y duro”. Rezaban los noticieros, este líder emana esperanza y promete una nueva Argentina “sin grieta”. Pero rápidamente, ante la continuidad de una política que priorizó el cuidado de las personas por sobre la economía para pocos, aparecieron campañas contra “los políticos”, algunos comunicadores que días atrás hablaban de la necesaria unidad del país, ahora escarbaban maliciosamente en errores de gestión en el marco de esta situación catastrófica, alimentando así el mito de la ineficiencia estatal, de la inoperancia de los políticos, mientras desfilan por sus pisos o videoconferencias economistas del establishment, que la única receta que tienen todo el tiempo es achicar el Estado. La unidad que propician tiene patas cortas.

Ante tanto cambio, tanto corte abrupto, tal vez es mejor frenar. Seguramente no somos ni tan malos ni tan buenos como nos dicen o nos creemos que somos los argentinos. Alguna vez escuché decir a un sabio que nosotros, el pueblo argentino, somos como tantos otros pueblos: gente que todos los días se levanta e intenta hacer una sociedad un poco mejor, mientras que nuestras oligarquías insisten en desalentarnos o exacerbarnos estúpidamente afirmando defectos o virtudes congénitas. Depositar en la pandemia las expectativas de un efecto transformador en la humanidad como imaginar un mundo totalmente cambiado parecen ser conclusiones apresuradas e ingenuas; tal vez, el mundo que nos espera, que ya está acá, seguirá teniendo varios de los mismos debates que nos atravesaron antes, aunque claro ya no serán los mismos problemas.

III.

En los apartados anteriores mencionamos una serie de reflexiones filosóficas y políticas que surgieron a raíz de la pandemia. No creemos que aquí se agoten todo lo que se ha escrito, pero quisiéramos enumerar algunos que nos sirvieron como disparadores. Zizek, Byung-Chul Han, entre otros escribieron una serie de textos que más tarde fueron compilados en una edición digital. Palabras más palabras menos, Byung-Chul Han advierte sobre los peligros de una sociedad de control mediante nuevas tecnologías, pero que al mismo tiempo resultan eficaces para frenar la pandemia. Zizek sobre que esta situación pone en crisis al capitalismo y lanza un optimismo frente a la posibilidad de reinventar el socialismo. Agamben, por su parte, insistió en la idea de la pandemia como una invención que tiene como objetivo el control y que retoma la figura del contagio que nos lleva a ver en el otro una potencial amenaza y como consecuencia a la individualización.

Más tarde aparecieron otros artículos distintos, a nuestro juicio en un sentido positivo, ya que contrarrestaron aquella pretensión universalista de los que enumeramos primero. Con universalista nos referimos a que aquellos artículos parecieran suponer que la forma en qué Europa y Asía están atravesando esta pandemia representa la forma en que la humanidad toda lo está atravesando. Entonces, dentro del segundo grupo de artículos encontramos las intervenciones de Montengro y Mazzuco, el de Horacio González, el de Selci y una entrevista a Artiz Recalde. El primero de ellos anclado desde la filosofía de la comunidad organizada pone en jaque aquel universalismo, sobre todo en lo referido a la cuestión del Estado como negativo y del individuo como positivo, elementos que también rescata Recalde. El segundo, se permite burlar de las afirmaciones más tajantes en torno al miedo al totalitarismo, un poco situándolas como modismos en un escenario intelectual, aunque, no deja de atender que existe en los mecanismos de cuidado impulsados por los gobiernos formas de “regimentar” los movimientos, y que debemos tomar esto con seriedad reflexiva y no simplemente saludar de forma ingenua. El tercer y el cuarto artículo, por último, tiene la búsqueda de interpelar a la militancia, de convertir a la pandemia en oportunidad para la discusión política. La pandemia sería así un momento único que permite dar un conjunto de discusiones, dado que quedan al descubierto una serie de sentidos comunes que hoy entran en crisis, ya que una sociedad regida por el individualismo hoy sería una sociedad incapaz de enfrentar esta enfermedad. Si como rezaba Perón en la Comunidad Organizada, nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, hoy, dicen Selci y en algún modo también Recalde, nadie puede estar sano, solo la salud es colectiva y es responsabilidad común.

Habiendo dicho esto, y señalando nuestras coincidencias con los artículos que ubicamos en el segundo bloque, queremos hacer algún aporte ya que aún restan cosas por decir sobre dos cuestiones que nos llamaron la atención, por un lado, la cuestión del Estado y, por otro, la cuestión de la soberanía, entendiendo a ella como un concepto que se amplía y que hoy debe integrar la cuestión de la información.

IV-

Partimos de tomar algo de Agamben, retomamos la idea de que la forma de afrontar la epidemia es una invención, en este sentido, se trata de una “hipótesis de conflicto”, se especula en torno al impacto que se analiza puede tener, en función de ello los gobiernos tienen prioridades y concepciones, en función de eso toman medidas y construyen un discurso en torno a lo que se realizará, a las responsabilidades, a los compromisos que se deben asumir. Producto de estas particularidades, las medidas adoptadas por las distintas naciones han sido bien diferentes, digamos cada nación inventó su pandemia y la forma de enfrentarla. El tema es que Agamben asoció aquella invención exclusivamente a una deliberada construcción por parte del poder para controlar a la población. Es con esta idea que no coincidimos. Pensemos el caso de nuestro país, cuán distinta hubiera sido esa invención si actualmente nuestro Presidente fuera otro, pongamos Macri. Si así fuera, tal vez, habría salido Bullrich vestida de fajina a combatir el virus que implantó un supuesto comando venezolano-paquistaní, o una guerrilla mapuche internacional. Comparemos estos delirios que vivimos los cuatro últimos años, para compararlos con las respuestas que está adoptando el actual gobierno, medidas que apuestan al cuidado mutuo, con el fin de tener la menor cantidad de muertes y basadas en comités de especialistas de la salud. Por lo tanto, creo que nuestro primer aporte puede ser el de cambiar el foco, no pensar al gobierno y al Estado como una única cosa en todos los lugares del globo, ni como elementos únicamente negativos en sí mismos, o como instituciones únicamente de control. Sino que proponemos pensar a los Estados y a los gobiernos en plural, analizarlos por sus decisiones en circunstancias históricas. No a la inversa pensando que estos son derivaciones de un concepto general que los agota y los explica. En definitiva, creo que las invenciones pueden ser muy distintas, se puede ficcionalizar para dominar o se puede imaginar para intentar hacer algo distinto a lo que otros le imponen como destino.

Ahora bien, no se nos puede pasar por alto que en este último tiempo apareció en nuestro lenguaje palabras como “guerra” o la idea de “estar luchando contra un enemigo invisible”, las cuales solo sobrevivían en cenáculos de la ultraderecha. Todos estos conceptos que remiten a un imaginario bélico que fue largamente repudiado en nuestro país como parte del rechazo a concebir la política en clave de guerra, hoy son utilizados con naturalidad. Tal vez, lo amerite la situación, pero ojalá que la necesidad actual de usar estas palabras no se vuelvan normalidad. Sumado a ello, llama la atención que no hayamos podido utilizar otras palabras para referirnos a los grandes esfuerzos colectivos que requieren estas situaciones anómalas. Por ejemplo, a estos momentos de excepción dónde hay que poner el interés social por sobre el interés privado, donde el Estado junto con empresas públicas y privadas reorientan su producción para producir bienes y servicios necesarios para enfrentar la situación anómala se le llama economía de guerra. Hablamos de guerra para referirnos a la necesidad de unificar esfuerzos para superar una enfermedad. No me deja de sorprender que el momento en donde se abandona la individualidad para pasar a lo colectivo aparezca el imaginario bélico.

V-

Surgió también otro debate en torno al peligro que significa para la libertad individual que la Big Data. En particular sobre este tema hizo hincapié Byung-Chul Han, quien profetiza que una de las consecuencias posibles sea que China termine exportando su modelo de Estado totalitario de base tecnológica al resto de los países, dado que este se mostró eficaz a la hora de enfrentar la pandemia. Al estilo de una película distópica, Han nos boceta grandes lineamientos de aquel Estado oriental, que tiene un absoluto conocimiento de los movimientos de sus habitantes incluso de su temperatura corporal, toda esta información permitió el control de la expansión de la enfermedad. Estimo que la situación en nuestro país es bien diferente, es muy probable que sean las corporaciones quienes tengan más información nuestra que el propio Estado. Por lo tanto, poner el ojo en el Estado y en futuros usos potenciales tiende a ocultar lo que hoy realizan las corporaciones con esa información. Por lo tanto, creemos necesario que el eje no tiene que estar puesto en un rechazo a una situación existente y que es una tendencia mundial, sino que dada estas particularidades el centro de la discusión pasa por la soberanía sobre esa información y sobre que poder tiene sobre este campo el poder democrático.

Ahora bien, la tecnología se ha incorporado como una nueva dimensión en la discusión sobre la soberanía y se ha incrementado con el correr del tiempo, pero también debemos observar que la actual situación dejó expuesto que debemos avanzar en otras tareas de nuestra soberanía que son, digamos, más tradicionales: fabricación de medicamentos nacional, producción de insumos necesarios para el sistema de salud, abastecimiento de alimentos y control de precios, esquemas impositivos de emergencia, resguardo de los puestos de trabajo, mayores controles sobre la entrada y salida de personas, una mayor capacitación en cuestiones de salubridad a la población, un sistema de registro de las personas que pueden colaborar en estas situaciones (profesionales y estudiantes, entre otros con conocimiento sobre salud), entre otros temas. En el caso de nuestro país, un país dependiente, nos parece que esta crisis volvió a mostrar nuestra debilidad frente a coyunturas externas, hoy ya no sólo económicas, sino también de salud que pone en juego nuestro futuro. Por lo tanto, hoy la soberanía está en el centro, no es un tema anticuado.

VI-

Me atrevo a decir que pensar que el Estado es una amenaza, que las medidas de aislación forman parte, en este momento y en la Argentina, de estrategias de control, es haberse enamorado tanto de las teorías que se quiere modificar la realidad para que se cumplan. Esto no implica que las teorías no sean ciertas, sino que tal vez sea menester comprender que no todo vale en todo tiempo y en todo lugar de la misma forma. Las particularidades son claves para la comprensión: el Estado en manos de un gobierno neoliberal no es el mismo que cuando lo conduce un gobierno nacional-popular; en otras palabras en un análisis de coyuntura no se puede hablar del Estado en abstracto. Sumada a esto, creo que la relación individuo-comunidad es de inherencia por lo tanto aquellos esquemas que ven a la comunidad solamente oprimiendo al individuo dejan de lado que el individuo sólo existe en comunidad. Por lo tanto, me parece que seguir centrando los análisis exclusivamente en la idea de que la relación individuo-comunidad es de subordinación y exclusión puede traer aparejada algunas distorsiones.

Por último, y retomando las palabras dichas al inicio, algunos analistas sostienen que la pandemia nos ayudaría a poner en cuestión nuestra relación con el consumo. Sin dudas, el capitalismo actual se basa en el híper consumismo para unos y el descarte para otros. En mi humilde opinión, debemos recordar que en nuestro país millones de argentinos están privados de consumir. Entonces, la desigualdad sigue siendo una categoría necesaria para nuestro análisis, por más que la pandemia nos unifique y “nos haga a todos iguales”, no todos tienen el privilegio de realizar el aislamiento en una casa cómodo con internet y con comida. Entonces, la pandemia podrá mostrar nuestra igualdad en tanto humanos capaces de enfermarnos, pero deja al descubierto, para quien quiera ver, las desigualdades existentes, las que nos particularizan como habitantes de un mundo concreto y no genérico.

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