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Por Federico Magrin, Università degli Studi di Milano-Bicocca (UNIMIB)

Aislamiento social y obligatorio... "Yo seré el abrazo que te alivia"

Hace casi dos meses que lo impensable irrumpió en nuestras vidas. No esperábamos necesitar una justificación para comprar alimentos para nuestras familias. No esperábamos extrañar el trabajo (en vivo). No esperábamos aprender tantos términos científicos y volvernos expertos epidemiólogos durante las charlas con los amigos. No esperábamos que alguien pudiera morir sin las personas queridas a su lado. Tampoco que su velorio tuviera que ser silencioso, desierto, y tal vez en un lugar diferente por un numero sin precedentes de muertos en su región.

Si miramos atrás tenemos la sensación de un acercamiento muy rápido. El contagio era en China, luego en Italia, luego en nuestra ciudad, Milán. Hubo retrasos, respuestas lentas, falta de comunicación clara, momentos de pánico, de tranquilidad y de pánico otra vez. Tendremos tiempo para evaluar el sistema político del país y su gestión de la epidemia. Lo haremos, espero, teniendo en cuenta la magnitud del problema, cómo afectó al país de manera no homogénea y la complejidad de la situación. Pero, lo que hemos aprendido lamentablemente es que durante una epidemia cada vacilación tiene un precio, que se mide en victimas, enfermos y presión sobre el sistema de salud.

Lo que pasa es que estamos viviendo día a día. Pero no solamente en la dimensión de nuestra vida individual, en la cual no hacemos programas y solo podemos esperar: parece que estamos viviendo día a día en la dimensión general también, sin imaginar – cada uno de nosotros y sobretodo los responsables de nuestra comunidad – cuales puedan ser los caminos futuros. Esto es típico de las situaciones de emergencia, además, como en este caso, si no se conocen todos los elementos y las variables, y los escenarios cambian rápidamente.

Pero todos necesitamos de una mirada hacia el futuro. Los ciudadanos para preparar y vivir mejor su tiempo de cuarentena y los responsables políticos porqué, junto con las autoridades científicas, de alguna manera tienen que programar la vida del país más allá de la respuesta a la emergencia.

Para ver un escenario futuro en estas semanas miramos a oriente, hacia China. En Europa muchos miraron a Italia en cuanto primer país afectado en el continente. Hay países donde ya están enfrentando una segunda ronda de clausuras porqué el virus sigue todavía viviendo y moviéndose (Hong Kong, China, Corea del Sur). No hay nada mejor que confrontarnos, compartir experiencias y soluciones, ayudarnos a evitar los errores. Pero estamos aprendiendo que es algo que no va a desaparecer tan rápido como se presentó, y que su carácter global afectará nuestra manera de vivir, de relacionarnos, de movernos y de mirar al mundo.

La dinámica de la globalización y de la modernidad así como la conocimos y la conocemos tendrá un momento de parada y de reflexión. Según Urlich Beck, la modernidad ha creado una comunidad mundial del peligro a través fronteras más superables y poniendo cada país en la condición de perder el rol fundamental del estado de preparar por sí mismo medios de defensa eficaces. Esto genera un nuevo sentido político sobre tema de la seguridad: en la” sociedad del riesgo” esta explosión política se encuentra en la vida publica, en la burocracia, en la economía y se alimenta con los medios de comunicación.

Si trasladamos esto concepto a los nuestros días estamos asistiendo a gobiernos que están trasformando la amenaza de la pandemia en una ocasión para fortalecer la autoridad del Estado contra los principios democráticos. Hay otros que siguen enfrentándose en este nuevo escenario también, echándose culpas, mostrando su capacidad de reaccionar al problema y criticando la estrategia de los otros, ayudando los países afectados de forma que recuerda casi escenarios de Guerra Fría.

El mismo sistema de la Unión Europea, que generalmente ha trabajado bien sobre los temas de los derechos civiles, de la circulación y difusión de cultura, de la construcción de un mercado laboral y de oportunidad comunitario, ahora, igual que con la cuestión migratoria, muestra su cara más débil, centrada en un debate económico donde cada país pretende diseñar planes individuales sin pensar en una respuesta europea, así como imaginaban los padres del sueño europeo. Para todos los que tenemos menos de cuarenta años parece imposible pensar en un escenario europeo diferente del que conocemos pero el avance de los partidos soberanistas, la salida del Reino Unido y ahora la necesidad de solucionar de manera independiente los desastres que trae la pandemia, ponen en fuerte riesgo todo el sistema europeo.

En Italia hay tres ejemplos que me gustaría presentar para explicar un poco que está significando para nosotros este momento: uno a nivel político, uno social y uno de comunicación. Las emergencias estresan los sistemas y todos los problemas existentes salen y se manifiestan con mayor claridad y fuerza.

Político

Después una tregua en la lucha política durante las primeras semanas de emergencia estamos asistiendo otra vez al clásico escenario en el cual el gobierno defiende su trabajo y la oposición lo cuestiona. Además, el gobierno central está en conflicto con los gobiernos regionales de otro color político sobre la estrategia de respuesta a la epidemia, las medidas de seguridad y, sobre todo, la gestión del sistema de salud, sus recursos humanos y materiales y el trabajo en general.

El sistema de salud nacional es algo que el Estado ha históricamente mostrado con orgullo tanto a nivel nacional como a nivel internacional y que ha garantizado siempre una atención de calidad a los ciudadanos. En el 2001 la reforma del Titulo V de la Constitución aprobó un cambio en la gestión de algunos temas fundamentales que pasaban desde el control central al gobierno regional. Entre estos la salud. El gobierno nacional es la cabeza de todos con el Ministerio de Salud que delinea un marco general pero toda la organización pasó a ser de competencia regional. Fue muy debatida la inclusión de la salud en esta reforma sobre todo por las diferencias muy fuertes que hay dentro de las Regiones donde ahora alguna tiene sistemas de salud con estándar muy alto y otras que tienen muchísimos problemas.

En el caso de la epidemia la respuesta fue muy diferente al principio, sobretodo en la gestión de los primeros pacientes y hubo una falta de coordinación que, como hemos dicho antes respeto a las vacilaciones en esta situación, hizo muchos daños. Lo “bueno”, si así podemos decir, es que la epidemia está afectando más a las regiones del norte (alineadas políticamente contra el actual gobierno) que están mejor preparadas pero que ahora se sienten abandonadas por el Estado por falta de ayuda, coordinación y recursos. Parece, según el debate actual, que cuando hay un progreso el mérito es de la Región y cuando hay problemas la falta del Estado es evidente. Cuando llegue el momento de seguir adelante esta brecha afectará a los esfuerzos de mantener una idea de unidad nacional y el empuje federalista volverá con prepotencia con el riesgo de dejar atrás, como siempre, a las Regiones más pobres y vulnerables.

Social

Una de las explicaciones que nos están dando respeto al impresionante número de muertos en Italia, si nos comparamos con otro países europeos (lamentablemente España actualmente tiene una curva peor que la italiana) es la cuestión demográfica. Somos uno de los países con la esperanza de vida más alta del mundo (paradoja: tenemos más muertos porque tenemos un sistema de salud fuerte que cuida de nosotros durante toda la vida…).

Más allá de esto, la pirámide demográfica nos penaliza porqué la cohorte más representada es la 50-60 y hay más gente entre 70 y 80 que 20-30. Para un virus que hemos aprendido ataca los adultos mayores somos el país perfecto. Pero hay un factor de riesgo más peligroso que muchos expertos evalúan como una de las concausas principales y que probablemente cambiará nuestra organización social futura.

Somos un país viejo donde el sistema de protección social se define como familiar. Esto significa que el primer recurso de cada familia es la familia misma. Algunos ejemplos: los abuelos cuidan a los niños, mientras los padres están en el trabajo porque los jardines están caros y está difícil acceder al servicio publico; la pensión a veces representa la única entrada económica en la familia si los jóvenes están buscando trabajo; los jóvenes tardan en salir de la casa familiar por falta de recursos personales; los adultos mayores son cuidados en la ultima temporada de la vida por los hijos. Esto significa que el sistema de protección social en Italia es una mezcla entre el sistema de bienestar público, el sistema privado para los más ricos, y de solidaridad familiar.

Si trasladamos estas consideraciones a la actualidad podemos fácilmente entender como el concepto de familia se entiende de forma extendida y se caracteriza por relaciones estrechas y como esto facilitó dramáticamente la difusión del contagio. Ahora nos están diciendo que tendremos que cambiar nuestra costumbre, tendremos que aprender a vivir separados, especialmente para proteger las personas más vulnerables, los adultos mayores.

La pregunta, entonces, sale fácilmente: ¿estaremos listos para vivir de forma más individual, con todas las consecuencias que implica? ¿El Estado tendrá la fuerza para garantizar el apoyo que siempre ha sido garantizado por las familias?

Comunicación

En febrero, durante el Festival de San Remo, el Festival de la canción italiana, todos volvemos críticos musicales. Cuando juega la Selección somos todos entrenadores. Cuando nos invitan a cenar somos todos chef de tres estrellas.

En la última década, asociada a una caída impresionante del nivel de la clase política general, han avanzado movimientos sociales y políticos que han basado su propaganda sobre la necesidad, sin un verdadero programa, de restituir el poder al pueblo contra la clase política.

Paralelamente se ha desarrollado, esto es muy típico de los movimientos populistas europeos, una forma de hacer coincidir con el enemigo todos lo que están de alguna manera relacionados con una visión progresista de la sociedad: las élites culturales, los académicos, los científicos, los movimientos feministas y, más en general, la parte de la población que cree en una sociedad más abierta e inclusiva. Culpa de ellos es no vivir la vida real y no entender las reales necesidades del pueblo. Todo esto se ha traducido en una caída cultural general del debate público, en una falta de inversiones a nivel estadual en todo lo que es cultura y producción cultural y científica y, sobretodo, en la emergencia de personajes políticos que con un lenguaje rápido y muy sencillo y una visión muy superficial de los problemas han ganado mucho poder.

Esto no quiere ser un himno a la élite y tampoco a la institución universitaria, pero el mensaje que se ha instalado es que todos nosotros en tanto que trabajamos y pagamos los impuestos, estamos legitimados a tener opiniones – esto está garantizado en la Constitución – y que nuestras opiniones tienen el mismo valor independientemente del argumento o el conocimiento que tengamos sobre el tema sobre el cual estamos hablando. Esto no ha fortalecido nuestro derecho de expresión sino más bien ha deslegitimado a los especialistas, a los expertos, identificados como lejos del común de la gente. El ejemplo clave son los movimientos contra las vacunas, pero hay otros en el campo medico como en lo económico y lo político.

Todo este preámbulo me permite explicar como al principio de la epidemia muchos tenían su opinión, tenían su gurú con una verdad más cierta y se portaban en base a como percibían el peligro. Cuando las primeras autoridades científicas empezaron a recomendar conductas diferentes parte de la población empezó a cambiar su estilo de vida pero otra siguió viviendo normalmente, dando más crédito a su entorno o a su referencia política. En pocos días fue claro para todos que el problema era serio y los especialistas empezaron a ser escuchados, pese a la falta de acuerdos entre los mismos científicos. Pero este pequeño retraso en la aceptación y en la legitimación de la autoridad técnico-científica significó más circulación del virus, más contagiados y más muertos. Otra vez la misma regla: durante una epidemia cada vacilación tiene un precio, que se mide en victimas, enfermos y presión sobre el sistema de salud.

Ahora intentaré buscar algo positivo: nunca como en este momento la comunidad científica, en primer lugar la médica, gozó de tanta autoridad, legitimad y respeto. En los medios de comunicación volvió a escucharse una forma de comunicar más profunda y atenta a las palabras y a las consecuencias de estas. Esto se pone en claro contraste con la forma de comunicación típica de los medios de comunicación más utilizados en los últimos años y ojalá, una vez que volvamos a la vida de siempre, continúe esta manera de informar, de comunicar y de respectar y valorar el trabajo de quien lo merece.

Hay muchas otras cosas que decir: algunas que compartimos todos a nivel global y otras más específicas de mi país que generan mucha inquietud en todos nosotros. Me gustaría concluir con una reflexión sobre las ciudades.

Todos vimos las imágenes de las ciudades y de sus lugares más icónicos vacíos. En el caso nuestro mirar las fotografías de Roma, Florencia, Venecia sin nadie es algo que todavía no podemos aceptar. Hay también cosas increíbles como los animales salvajes que en pocas semanas han llegado a la ciudad y una calidad del aire sin precedentes. La semana pasada en la laguna de Venecia hubo un grupo de delfines nadando casi a la entrada de los canales. Pero esto es otro tema que merece todo otro espacio.

En el 2018 según las Naciones Unidas el número de personas que vive en áreas urbanas ha superado la que vive en área rural. Las ciudades del mundo, siempre más grandes y complejas, siguen pareciendo un objetivo para todos lo que no viven en ellas. Todos van a buscar una oportunidad en estos centros urbanos donde el sistema capitalista ha encontrado el terreno ideal para producir, reproducir y difundir sus esquemas, fortalezas y contradicciones.

En este momento la mitad del mundo estas encerrada en sus casas, muchos en pequeños apartamentos donde la cuarentena tiene el sabor de reclusión. Imprevistamente todo lo que tenía para ofrecer la ciudad se acabó. Sean servicios u oficinas, sean actividades comerciales o de diversión, sean parques naturales o parques artificiales. Está claro que vivimos algo inesperado y para lo cual no estábamos preparados, pero llama mucho la atención el hecho que aparece una falta de resiliencia del sistema complejo, la ciudad, sobre el cual hemos invertido en los últimos siglos todos nuestros recursos humanos, económicos y naturales.

Solo pregunten a algún amigo que vive fuera de la ciudad, en espacios rurales, que tal su cuarentena. Al aire libre, sin el terror de no encontrar papel higiénico, con ritmos más lentos como de costumbre y no como limitación, y muchos otros aspectos que podemos fácilmente imaginar. Esto no significa que todos tenemos que abandonar las ciudades y repoblar los campos pero que tenemos que repensar de manera critica la ciudad y su sistema, y sobre todo no olvidar la importancia y la capacidad de resistencia de las áreas rurales, muchas veces abandonadas y fuera de la lógica de desarrollo de los países.

Hay otro elemento que interesa analizar en las ciudades: hay un solo aspecto de nuestra vida que están intentando salvar de todas las maneras posibles: El trabajo. Pero no su cara faceta relacionada a los derechos, como contribuir al desarrollo de la sociedad o a sustentar nuestras familias, sino en su cara más alienante, simplemente para seguir produciendo. La llaman fase 2. Nos están empezando a explicar en Italia que será la fase durante la cual tendremos que aprender a convivir con el virus y lentamente volver a nuestras vidas. Traducido: teletrabajo y apertura de las oficinas. Prioridad al trabajo dicen. Bueno, trabajar para reproducir el sistema consumista siempre me ha molestado un poco. Pero trabajar simplemente para poder continuar trabajando lo veo casi peor. Y las personas están en un momento de su existencia donde es peligroso provocarlas o no escucharlas. Tengo miedo de la fase 2.

Hoy, 4 de abril, después 66 días desde el primer caso registrado en Italia – dos turistas chinos en Roma – y después 46 días desde el primer caso de transmisión secundaria (Codogno, Lombardía) y el consiguiente inicio de la epidemia en mi país, estamos planificando esta fase.

La fase en la cual tendremos que reinventar nuestras costumbres sociales; pensar nuestra confianza en todo lo que es la dimensión publica de la vida; repensar a un sistema de salud preparado para una hipotética nueva epidemia; descubrir que efectos psicológicos dejará la cuarentena; o simplemente comprender que hemos perdido un abuelo o una madre, tal vez se llamará fase 3. La mayoría de nosotros no tiene idea de cómo imaginarla.

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